jueves, 15 de diciembre de 2011

El Conde Moros, nos regala esta historia !

El puente Farvel

Aquel recinto en la torre del castillo parece el sótano de una mazmorra; las troneras están bloqueadas con lonas de un galeón bucanero; velones grasientos despiden humo aceitoso y la bruma oscura se acumula adherida al techo. Olor a carne putrefacta y sonido de respiración jadeante, se mezclan con la niebla fría penetrando por las costuras en la trama protectora de los tragaluces.
            Un monástico, envuelto con capa y capucha, está parado frente al lecho de Ond el verdugo oficial de la corte; para Ond ha llegado su momento de comparecer ante el juicio frente al puente Farvel, hacia la tierra de los muertos. La pasarela es frágil, y existe una dura condición para evitar su desplome con el peso de un alma.
            La cara del místico permanece escondida en la caverna del capuchón, el brillo de sus ojos y los vahos pulsantes del aliento son la única evidencia de pertenecer a los seres vivos. Este hombre puede distinguir lo que el moribundo Ond está viendo. Ambos conocen la presencia de incontables espectros desfilando por el recinto, surgiendo por una pared y desapareciendo por la opuesta, luego de lanzar miradas indescifrables sobre el agonizante. Debajo del puente Farvel, se mueven sombras imposibles de representar en una mente sana, esperando la caída del alma condenada a nadie sabe qué terrible destino.
Los fantasmas, que habían estado cruzando la habitación, cesaron de aparecer. Ninguno de ellos aceptó custodiar el alma de Ond hasta el otro lado, única manera en que el puente Farvel habría permanecido estable para permitir el paso. Hasta ese instante el torturador, asesino y verdugo Ond, estaba condenado a caer al abismo infinito; no contaba con un espíritu amigo, incluso los espectros de sus padres lo miraron con temor antes de huir hacia la pared de piedra.
            El monje irguió la cabeza, por un momento dejó de emitir volutas de aliento y también Ond, desde la cama, mostró centrar su atención sobre un ondear en las imágenes del puente Farvel.
            —Viene un alma desde el otro lado del pasadizo —pensó el místico.
            Ond, realizando un esfuerzo doloroso, levantó la cabeza y trató de reconocer la figura que venía cruzando el trémulo sendero. Apretaba con fuerza los párpados y abrió, de manera extraordinaria, sus ojos de color azul como el hielo de los glaciares.
            El religioso había girado despacio para distinguir la figura lejana, casi dio un paso adelante para mejorar la visión, pero se detuvo, habría sido un error fatal acercarse por voluntad propia al puente Farvel, aquello tenía un precio demasiado alto, y prefirió esperar un instante más.     
Es pequeño, no percibo mucha claridad en su pensamiento, es alguien simple e inocente. ¿Es posible que un niño, al morir, su alma continúe siendo así? No comprendo —así pensaba el monje mientras analizaba en su memoria los escritos más antiguos respecto al mundo de los muertos.
La diminuta figura, confundida con las tinieblas del fondo y la negrura bajo el puente Farvel, aumentaba muy poco de tamaño a medida que la distancia se acortaba.
La voz de Ond, ronca por el esfuerzo de contener alaridos de dolor, sonó altanera y burlona.
—No te reconozco espíritu. He matado muchos niños, no veo porqué uno de ellos podría sentir afecto por mí y querer acompañarme al mundo de los muertos.
Unos segundos después la menuda sombra llegó hasta el borde más cercano del puente Farvel. Allí se detuvo, la niebla se movió con levedad y luz de los velones encendidos mostraron algo inconcebible para el monje.
No es posible. Seres así no pueden existir en el mundo de los muertos donde sólo almas pueden habitar. Nada hay escrito que lo demuestre, esto es una visión demoníaca —el religioso no pudo apartar la vista de aquel espectro.
Ond, el asesino, abrió la boca para inspirar con fuerza. La sorpresa lo mantuvo congelado; gotas de sudor en su cara se evaporaron y el color de la piel se tornó cadavérico. Entonces habló siseando.
—Te recuerdo. Vi tu cuerpo herido a un lado del camino. Nadie te prestaba atención; no te quejabas, sólo miraste la gente al pasar, esperando te patearan en cualquier momento.
Ond intentó incorporarse, el pequeño espectro llegó hasta el pie del camastro y entre vapores de niebla sus ojos miraban al verdugo mientras el agonizante hablaba.
—En ésta habitación curé tus heridas, me acompañaste largo tiempo; en mis borracheras te maltraté, y nunca me guardaste rencor.
El verdugo se levantó de la cama y caminó, siguiendo al pequeño espectro. Dijo entonces con voz llena de paz:
—Recuerdo tu muerte Bamse, ya viejo y débil. Lloré a escondidas, fue la única vez en mi vida que lo hice.
El monje vio alejarse el alma de Ond, caminando junto a un perro que movía la cola. Cruzaron el puente Farvel y desaparecieron en el oscuro paisaje.



                                                                                  Joseín Moros
El puente Farvel
Autor: Joseín Moros.