miércoles, 14 de enero de 2009

SERMóN DE NAVIDAD

Mis humildes amigos, en esta Nochebuena quiero hablaros a vosotros. Por todas partes los hombres celebran alegremente el nacimiento del Señor, pero no se acuerdan de vosotros.

Y, sin embargo, vosotros los animales estuvisteis allí cuando sucedió el milagro, cuando el amor de Dios se hizo carne y su luz eterna se derramó sobre la Tierra.

Desde la penumbra del establo las miradas de vuestros grandes ojos mansos presenciaron el nacimiento de Niño-Dios.

Y desde los campos vecinos vosotros llegasteis, junto a los pastores, para rendir el homenaje esperanzado de las criaturas al Salvador del Mundo. Fue entre vosotros, en un establo, sobre un pesebre, donde nació Cristo. Los hombres no tuvieron lugar para él, pero vosotros sí que tuvisteis lugar, tuvisteis paciencia, mansedumbre y humildad para recibir al Hijo de Dios.

Y a pesar de ello los hombres os han olvidado, os han separado de la presencia de Dios y os han relegado a la sombra donde aguardáis pacientemente, desde los siglos de los siglos, vuestra redención. Solamente los Santos y los niños y los de corazón puro os han abierto sus brazos y os han recibido como hermanos en el gran reino del amor de Dios.

Mis humildes y buenos amigos, quiero hablaros en esta noche de Navidad en nombre de todos los humanos, para agradeceros y para pediros perdón. Quiero agradeceros todo el bien que recibimos de vosotros y quiero pediros perdón por todo el mal que os causamos. Mis amigos, quisiera ser un rey por esta noche para reuniros a todos alrededor de mí y brindaros lo mejor que los hombres os podamos ofrecer. Porque me siento vuestro deudor desde el primer día hasta la eternidad.

Cuando yo era niño tenía una pequeña garza. Ella vivía en el jardín de mi casa y los dos éramos como hermanos. A la hora del mediodía me acostaba entre la hierba y la llamaba. Ella venía y se tendía a mi lado, apoyando su cabecita en mi pecho, muy cerca de mi corazón. Así nos quedábamos dormidos los dos, inmensamente felices, mientras a nuestro alrededor las grandes voces de la naturaleza cantaban su eterna canción.

Si, mis amigos; soy deudor de aquella pequeña garza hasta el fin de mis días. Y lo soy también de la alondra que inspiro mis primeros versos, de la golondrina que posó en mi hombro cuando regrese de la gran guerra, del caballo que me condujo por tantos caminos y del perro que me consoló en más de una soledad. Soy deudor de todos vosotros que ahora me visitáis, mientras escribo mis libros: de la pequeña ardilla, de la paloma, de la tranquila oveja y hasta del ratoncillo que sale a mirarme cuando han sonado ya la medianoche.

¡Que no daría por ser un mago en esta Nochebuena para llegar a vuestras moradas en el bosque y bajo la tierra, para hablaros en vuestra lengua y ofreceros la paz y el consuelo que anheláis lo mismo que nosotros! Quisiera cubrir con miles de velitas el más alto de los pinos del bosque para celebrar la Navidad con vosotros, mis amigos olvidados.
Os digo: Esperad, mis hermanos.

También los hombres, en el fondo de nuestros corazones, tenemos ansias de paz. Llegará el día en que despertaremos de nuestra pesadilla, y nos encontraremos en un mundo lleno de amor, paz y felicidad, donde el hombre y el animal tendrán los mismos derechos y respeto. Esperad, sólo esperad, ese gran día, mis amados hermanos.

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