lunes, 30 de junio de 2008

Crónica.

El joven escritor Venezolano Rodrigo Blanco Calderón , escribe sobre perros y gatos , hoy lo compartimos con ustedes bajo la anuencia del autor.
Feliz semana para todos.





Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Profesor de la Escuela de Letras de esa casa de estudios. Ha obtenido mención especial en el Concurso Nacional de Cuentos SACVEN, en sus ediciones III y IV. Ganador del Concurso de autores inéditos de la editorial Monte Ávila, mención narrativa 2005, con el libro Una larga fila de hombres , el cual fue publicado ese mismo año. Ganador del 61 Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional. También ha colaborado en distintas publicaciones nacionales como Papel Literario, Conciencia activa, Puntal, Lector urbano y Ficción Breve. En 2007 formó parte del grupo de escritores del Bogotá39, en el que se reunió a una muestra representativa de nuevos narradores latinoamericanos menores de 39 años.

Sobre perros y gatos


Haciendo un alarde de maniqueísmo, para beneficio de esta nota, podríamos dividir a las personas en dos grandes grupos: religiosos y ateos; hombres y mujeres; chavistas y escuálidos, y, más interesante aún, amantes de gatos o de perros. Ciertamente, este último par es el que puede enfrentar de forma más directa e intensa a dos personas. Sobre todo porque no se puede llegar a un nivel de acuerdo o de entendimiento: o los perros o los gatos. Yo me cuento entre los adoradores caninos y el objetivo de esta nota es el de demostrar que los gatos son egocéntricos, traidores e ingratos y los perros no. Para ello no voy a enumerar una larga lista de cualidades caninas que todo el mundo conoce, sino a desmontar cada argumento egocéntrico, traidor e ingrato de los aduladores de felinos.
La primera “cualidad” que mencionan los masoquistas poseedores de gatos, es que este animal tiene “personalidad”. A semejante zalamería se agregan otros adjetivos como “elegante”, “soberbio”. En este punto me pregunto ¿para qué demonios quiere uno una mascota con personalidad? ¿Para que nos haga los mismos desplantes y nos haga sufrir los mismos contratiempos que sufrimos día a día con las personas? El quedarse pasmado de admiración porque el animal no los reciba cuando lleguen, o porque desaparezcan durante dos días, o porque no hagan una sola caricia a menos que sea por el propio placer de restregarse en una pierna cualquiera, esa fascinación, es síntoma de una visión torcida de las relaciones hombre-mascota (visión que refleja la personalidad del melancólico y profundo dueño del animal).
Cuando se adquiere una mascota, se adquiere entre muchas otras cosas un sentido de propiedad y de superioridad sobre el animal adquirido. El animal vive, come, va al veterinario, gracias a la persona que lo adopta. En retribución, el animal da compañía, amor y diversión. El negar esta relación, recíproca y natural de dar y recibir es lo que caracteriza a aquellos amantes de los gatos. A ellos aparentemente les basta con la elegancia del gato al caminar, la elegancia del gato huyendo de ellos, la elegancia del gato meándose en la cama. Rebosante de elegancia y de soberbia, el gato se deja acariciar ocasionalmente, no vaya a ser que el dueño no sea tan sumiso como parece y no le dé más comida.

Normalmente admiramos en los animales, en este caso los domésticos, aquellas cualidades de las que, precisamente, parecen carecer los humanos. En los perros, una lealtad y cariño incondicionales, una alegría inmutable. En este sentido, resulta patológico admirar un animal que posee las peores características humanas: es traidor, ingrato, interesado e histéricamente temperamental. Hay una especie de vocación masoquista en todo esto. Sin embargo, me podrían decir que todo lo que vengo diciendo cae en el campo de lo subjetivo y, por lo tanto, no tiene mayor validez. Está bien, seamos “objetivos”; revisemos rápidamente algunos ejemplos de la literatura a ver si me equivoco.
Los perros cuentan con un precedente glorioso, que desde tempranas épocas los ha definido, constituyéndose en el paradigma canino: Argos. Este magnífico perro es quien en realidad reconoce a Odiseo, cuando éste vuelve a Itaca después de veinte años. Lo reconoce al instante, sin tener que ver la cicatriz en el pie como Euriclea (la cual posee una lealtad que sólo podríamos calificar de canina) o sin tener que escuchar la historia de la construcción del lecho matrimonial, como Penélope. Argos reconoce a Odiseo, sabe que su amo ha regresado después de una larga ausencia y sabe también que su espera no ha sido en vano. Durante veinte años, Argos vive y resguarda con su peluda presencia la casa de Odiseo; exprime sus últimas fuerzas de perro viejo, extiende hasta el límite su tiempo de vida, para morir a los pies del amo, cuando finalmente regresa. Este acto de entrega y reconocimiento, es el que encarna cada perro cuando recibe a su amo: poner en sus manos el hogar y su vida en cada reencuentro.
Sería interesante imaginar qué hubiera pasado si Argos hubiese sido un gato. La escena del encuentro tendría una duración aproximada de una hora. Sería una escena estática, en la que Odiseo y el gato se miran atentamente a los ojos, no pasa nada, se miran y se miran, como en una película de Bergman, y a la hora el gato se empezaría a preguntar ¿Qué le pasa a ese señor que me mira tanto? Odiseo, decepcionado, no se sentiría en casa y probablemente se marcharía de Itaca, mientras los pretendientes continúan comiendo y bebiendo de sus tierras, y dándole los restos a ese gato tan simpático que siempre está con ellos.
No obstante, he de reconocer que el gato como imagen y personaje literario es más atractivo. A la memoria me vienen ejemplos como “El gato negro” de Poe, los poemas de Baudelaire a los gatos, “Orientación de los gatos” de Cortázar (quien tenía un gato que se llamaba Theodor W. Adorno) y más recientemente, “Retrato de escritor con gato negro” de Alfredo Bryce Echenique. Estos cuentos y poemas forman parte de las mejores cosas que he leído en mi vida. Es verdad: el gato es un ser melancólico, extraño y solitario y como tal es mucho más interesante para la literatura que la incesante zalamería y alegría de un perro. Pero en la realidad es distinto. Tener un perro o un gato son distintas formas de dialogar y tratar con la soledad; tener uno u otro podría muy bien definirnos como personas. El preferir a un perro es, tal vez, escoger la visión optimista del asunto: más allá de las personas, sí existe una posibilidad de cariño y compañía incondicionales. El escoger a un gato parece ser la opción desesperanzada: compartir, más allá de las personas, una visión del mundo donde la felicidad y la fidelidad son intermitentes. Ahora que releo estas últimas líneas (muy esquemáticas, lo sé) veo que ambas visiones son válidas y pueden coexistir: que lo digan aquellos que tienen perros y gatos a la vez.

En resumen, no tengo nada contra los gatos. Hasta me parecen hermosos y simpáticos. Mi recelo es contra la idea de posesión que pretenden tener algunos amantes de los gatos. El gato no pertenece a ellos; ellos pertenecen al gato. Pero bueno, cada quien decide qué rol asumir en este circo de soledad y compañía que es la vida
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Por Rodrigo Blanco Calderón


Texto tomado de. http://www.relectura.org
Foto de Níyume Figueroa.R.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por eso es que dicen, que los perros tienen amos y los gatos..empleados.

Amor canino,es amor eterno. Aunque tengo amigas que no por tener gatos, son menos caras a mis sentimientos.

Gracias por este aporte "literario" y que sigan los exitos de este hermoso blog.

Maribel